domingo, 22 de mayo de 2011

Que nada te detenga.

Tienes mil cosas en la cabeza, no sabes por donde empezar a ordenar tus ideas. Te sientas en una silla, mirando fijamente y con atención lo que hay detrás de tu ventana. Allí, a lo lejos, hay una persona. Puedes apreciar su cara apenada y el brillo de sus ojos recién secados por un pañuelo después de haber llorado. Tu cara cambia a otra más fría. No puedes decirle nada, están las ventanas cerradas y no lo conoces. No sabes como reaccionar y solo se te ocurre mirar hacia abajo. Él, al ver que apartas la vista, la aparta también por miedo, o incluso vergüenza. Tienes algo en el estómago que no sabes lo que es, pero que te está diciendo que vuelvas a mirar. Elevas tu cabeza y diriges la mirada otra vez en su dirección, él te estaba mirando.
Ahora tú tienes vergüenza, te sientes observada. Vuelves a no saber que hacer, y lo único que se te ocurre, es irte. Te levantas de la silla y un traspiés hace que estés en el suelo. Él se levanta preocupado por el golpe, y tú, con un pequeño dolor en el pie también lo haces, disimulando que no pasa nada.
Vuelves a mirar hacia su ventana, y una pequeña carcajada sale de ti al mirarlo. Él te mira, y sonríe. 
Le has cambiado la vida.

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